Los días más largos es una novela corta o un relato largo. Narra acontecimientos cotidianos que discurren en apenas una semana desde la mirada de su protagonista.

martes, 29 de marzo de 2011

CAPÍTULO 13. LOS SECRETOS DEL RELLANO.

En el aparcamiento lo espera la tía Luci. En cuanto lo ve, sale del coche y lo achucha. ¡A pasar vergüenza! Todos sus compañeros asoman la cabeza desde el comedor que,  por desgracia, está pegado al parking.

-Suéltame, tía -suplica Sebas, que  intenta escurrirse y meterse en el coche para que no lo vean.

Demasiado tarde. Alexia, Juan, ¡Lore!... y también César han salido del comedor.

-¿Te vas?- pregunta César.
-Sí, se va conmigo y vosotros ya estáis entrando por donde habéis salido- contesta Lucía.

Los planta y arranca el coche, un deportivo que es la envidia de Juan. “Está forrada tu tía”, le dice Juan siempre que aparece Lucía por el colegio. “¿Cuántos coches tiene?...” Y dale.

Los olivos quedan lejos y la tía Luci ha puesto música. Lo mira de reojo…

-¿Te gusta la Oreja de Van Gogh?. A mí me encanta. ¿Qué tal todo? ¿Quieres que paremos en un Frankfurt y nos comemos una cacho hamburguesa con queso? Va… y después nos tomamos un helado bien grande de chocolate con nata…

La tía Luci habla sin parar. Lo que está claro es que de ir a casa nada.

-Y hoy fiesta de deberes. Nos vamos a dar un paseo y nos acercamos a Clariana a ver a la abuela, que dice que Lluna te echa de menos. Y el tío Juan tiene una bici nueva…  y  quiere enseñártela.
-Tía…
-¿Qué, cariño?
-¿Has visto a Toño y a mamá?- pregunta a media voz.
- Bueno… he pasado un momentito por casa…
-¿Está muy enfadada mamá?
-No… cielo…
-Tía, no me engañes. Dime la verdad.

Lucía no responde. Y es raro en ella, que parece que tiene siempre la solución para todo. Hoy va vestida distinta, menos arreglada, con una camiseta blanca que pone England, unas bermudas deshilachadas y  unas zapatillas azules de payés. Sin pintar y con cara de sueño. Sebas la observa. Parece que piensa cómo va a contestarle. Por fin se decide.

-Mira, Sebas…Mamá está enfadada. ¿Cómo quieres  que esté?  Pero es normal. Que expulsen del colegio a un hijo no le gusta a nadie…
-Pero con quién –pregunta Sebas.
-¿Con quién qué?- responde Lucía.
-Pues eso, que con quién está enfadada… con el cole, con Toño… Porque Toño no tiene la culpa, tía.

Ahí Lucía se pone hecha una furia. Como habla tan deprisa, Sebas la entiende a medias. Lo que sí entiende es que la tía Luci y su madre se han peleado por lo de Toño. Al final de la curva se ve el campanario de la Iglesia de Clariana. Lucía se ha olvidado del Frankfurt. La casa de la abuelita está a la entrada del pueblo, si es que Clariana se puede llamar pueblo. Se oyen los ladridos de Lluna y la abuelita sale de la casa a ver qué pasa.

-¡Chico! ¿Qué haces tú aquí? ¿Tenéis fiesta en el cole? ¿Y el resto?...
-Mamá –la corta Lucía- Espera, que te explico. Sebas; entra y busca al tío Juan. Estará en la buhardilla dibujando.

Lluna da vueltas alrededor de Sebas. La perrita está feliz y va tras él mientras Sebas empieza a subir las escaleras. En el primer rellano se sienta y acaricia a Lluna. No tiene ganas de interrumpir a Juan, ni de subir escaleras. Lluna se acurruca en el regazo de Sebas. Está a gusto y Sebas también. Estira sus piernas, que ocupan casi tres escalones. Apoya la espalda en la pared y descansa la cabeza sobre los lomos de Lluna. Está agotado. Ha sido un día duro.
Huele a café recién hecho mezclado con el tabaco que fuma Lucía.

-Fumas demasiado… ¿No lo irías dejando poco a poco?. A Jorge no le hizo ninguna gracia tu neumonía…
-Mamá, déjalo estar, que no está el tema ahora para dejar de fumar. Solo me faltaría esto.

Se hace el silencio. Se oye el papagayo de Antón, “buenos días”…. “buenos días”…

-Un día cojo al papagayo del vecino y lo lanzo por el retrete. Pesado…-comenta Lucía nerviosa.
-Va… cuéntame. ¿Qué haces a estas horas aquí con el crío?

Las parabólicas de Sebas están en alerta roja. Lo mismo se pregunta él.

-Es Toño, mamá. El segundo día de clase y ya está en casa. Expulsado, por supuesto. Yo no entiendo a Sole. Mucha disciplina, muchos horarios… Esa casa funciona como un cuartel…
-Luci, hija, y la tuya como la cueva de Alí Babá.
-Mamá, que no es eso, que  el problema es que no se da cuenta de que tiene un problema… y cada vez más grave. Lo de Toño no es normal, que parece que no tengan ojos en la cara. Si salta a la vista, hombre, que a mí me indigna que no me escuchen.

-¿Quién no te escucha, Luci, que nos conocemos?
-Sole empieza a entrar. La pega es Jorge. En casa del herrero cuchillo de palo. Parece mentira que haya estudiado medicina. Eso sí. Cuando se trata de los negritos, todo lo que quieras. Mira, estoy por pintar a Toño de negro, a ver si lo observa un poquito.
-No sé a qué te refieres… Como a mí no me contáis nada… Desde que murió el abuelo parece que me tenéis de adorno. Que soy tu madre, Luci. Que os he traído al mundo y sé que hay muchas cosas que no van. ¿O te crees que soy tonta?
-Ay, mamá… siempre estás igual.
- Lo de Toño lo sabemos todos. No para quieto, es un trasto y es normal que en el colegio no lo aguanten.
-No señora. Toño no es un gamberro. Toño está enfermo, ¿oyes? En-fer-mo.
-¿Y tú cómo lo sabes?-

Esta vez la voz de la abuelita cambia de tono. Pregunta con la voz quebrada.

-Porque lo sé, mamá. Porque lo sé. Veo a niños como Toño todos los días… con algún añito más y te aseguro que agárrate.
-Entonces…
-Entonces la cosa está en que no me dejan meter baza. En concreto Jorge. Me esquiva con la tontería esa de la cuñadísima, como si a mí me hubiera dado un viento y mirara con lupa a Toño.  Y es por Santiago.
-Hija, vamos por partes, que tu cabeza va muy deprisa y no te alcanzo. ¿Qué tiene que ver Santi con todo esto?
-Yo, mamá, para Santiago no soy más que la señora que se viste de blanco y trabaja en un hospital. Nada más. Y ya es mucho. Se pasa el día  en la notaría. Últimamente ya no come en casa, cena con no sé quién porque tiene no sé qué… Si coincidimos algún rato es de casualidad.  Ya ves…  así está el tema. Habla más con Jorge que conmigo y si a Jorge se le ocurre explicarle mis teorías, ya te puedes imaginar lo que contesta. “Tonterías de Lucía, que se cree que domina  y es una simple enfermera que se sacó el título a trancas y a barrancas”. Pero la experiencia es un grado y lo que tiene Toño, de libro.
-¿De qué libro?
-Mamá, guapa, que es una forma de hablar… Es de libro porque lo he comprobado este verano. ¿O  te creerás que es por casualidad que se esté horas en el baño, que cada día rompa una pieza de la vajilla y haga ruidos hasta que no se duerme? Y esto son solo ejemplos de lo más básico.
-Lucía, ¿qué tiene Toño?

La voz de la abuela es firme, como quien quiere inyectar seguridad a la persona con la que está hablando.

-Toño tiene… da igual. No lo entenderías. -responde Lucía con rotundidad- Necesita que le visite un médico, un tratamiento y psicoterapia. Estas cosas, cuanto antes se diagnostican, mejor.
-Mírala ella. Ahora resulta que tu madre es tan vieja que no entiende nada...
-Mamá… mujer… No te enfades... Te lo explico y verás cómo te haces una idea. ¿Tú te acuerdas de aquella peli que vimos este verano? ¿Recuerdas lo que hacía el protagonista cuando cerraba la puerta? Le daba a la llave cuatro veces. ¿Y cuando caminaba? ¿Te fijaste que no podía pisar las juntas de las baldosas? Y a la hora de comer se llevaba los cubiertos de su casa para no contaminarse…
-¡Bah…! Pero eso son cosas que pasan en las películas- contesta la abuela, con cierto alivio.
-Ya estás como todos. Lo que tiene ese personaje es una enfermedad real. ¿No viste cómo era incapaz de dejar de hacer todas esas excentricidades? Parece que está loco… y no lo está. La causa de todos esos rituales extraños y de  las repeticiones son unas obsesiones que llevan todo el día en su cerebro y los hacen sufrir mucho.
-Pero Toño es muy jovencito y no hace esas cosas que cuentas…
-Toño hace otras… mamá, como lavarse las manos 24 veces y si se descuenta, vuelve a empezar. ¿No te he dicho que lo he observado este verano? Da igual. Lo que hace o deje de hacer no es lo más importante. Lo importante es que lo vea un especialista. Ojalá no sea más que una falsa alarma. Pero hay que descartar. Y yo había pedido hora con el mejor. Teníamos cita hoy a las 11h. en San Juan de Dios. Pero ayer no hubo forma humana de poder hablar con Jorge. Y ya sabes… Sole, si no es con el consentimiento de Jorge…
-Pero tú cómo pides hora sin hablarlo primero con ellos… Lucía, que no, que no puedes pasar por encima de Jorge y Sole… ¿Es que no lo ves?
-Los que no lo ven son ellos. Déjalo. Ya está, ya veo que me dejáis sola en esto. Y ahora Toño en casa tres días, Sole de los nervios y Sebas destrozado,  porque esta es la otra… que Sebas tiene una sensibilidad que corta el aliento. Y no sabes lo mal que se lo pasa en el colegio. Vamos, como que he llamado al director y le he dicho que  iba a buscarlo.
-¿Que has sacado a Sebas de clase?
-Con el consentimiento de Sole, mamá, -responde Lucía con retintín- Es ella la que tiene que dar permiso para que el crío salga del colegio… Por cierto, ¿dónde anda?...

Andar, lo que se dice andar, no es la palabra apropiada. Lo que le andan a Sebas por la mollera son todas las informaciones que ha oído desde el rellano de la escalera. Oye los pasos de la abuela y se abraza a Lluna haciéndose el dormido.

-¡Chico…! Pues sí que estamos buenos. Madre mía que sueñito  tiene mi niño. ¿Has ido a ver al tío Juan? ¿Sabes que se ha comprado una bici nueva? Hala; sube y dile que te la enseñe. Mientras termino de preparar la comida. ¿Te apetece pollo al vinagre?...
-Da igual, abuela, lo que tú quieras… No tengo mucho apetito…
-El comer y el rascar…
-todo es empezar- completa Sebas.

Es vieja la frase. La abuelita, que siempre hace doble de comida “por no hacer corto”, no les hace ni caso cuando dicen que no tienen hambre. Y repite la frase.

-Pues corre… que pronto la tengo lista. Súbete…

Sebas sube las escaleras intentando no pisar las juntas de las baldosas. ¡Qué difícil lo que ha contado la tía Luci!

-¿Qué haces, petardo? Que te vas a caer.

Juan ha oído los pasos de Sebas y el jadeo de Lluna y ha salido de la buhardilla.

-Qué peste a tabaco, tío…
-Chico, que llevo desde las ocho aquí encerrado… A ver si termino ya el proyecto y me aireo un poco. ¿Y tú? ¿Con quién has venido? Te has chupado las clases, ¿eh, campeón?
-La tía Luci me ha venido a buscar al cole… ¿Sabes qué ha pasado?- Sebas baja la voz, como si contara un secreto

-A ver si lo adivino…. ¿han expulsado a Toño?
-¿Y tú cómo te has enterado?
-¡Ahhhh! El tío Juan tiene una bola de cristal como ese señor gordo y rubio que sale en la tele…
-¡Rapel!- suelta Sebas riendo.
- Qué va, chico. Ya me gustaría a mí adivinar el futuro y saber si aprobaré por fin el proyecto…Lo sé por la mamá,  que  ha hablado con la tía Luci y la tía Luci me lo ha explicado.
-¿No se iba hoy a Barcelona, la tía Luci?
-No he visto un marujilla tan enano como tú. No, no se iba a Barcelona.
-¿No va a trabajar?
-No, no va a trabajar.
-¿Y el tío Santiago?
-Sí, el tío sí está trabajando… ¿Qué más quiere saber el señor?...
-¿Se quedará en Clariana unos días, la tía Luci?
- Eso sí que es la pregunta del millón. Tratándose de Lucía, nunca se sabe. Igual sí, igual se queda unos días más.  ¿Bajamos y te enseño la superbici?

Juan y Sebas bajan las escaleras al galope y Lluna detrás. Salen al jardín. Protegida por un techo de uralita está la bici de Juan, con una funda para que no se estropee.

-¡Joé! Qué chula. ¿La puedo probar?
-Pues va a ser que no. La abuela nos pondrá  a caldo, que ya debe de tener la comida lista.
-¿Y cuándo podré?
-Luego lo hablamos. Depende de la hora que te vayas.

Sebas se quiere ir y no se quiere ir. Hoy es de esos días que le domina la cobardía. La incertidumbre le puede y prefiere esconder la cabeza bajo el ala.

-¿Me llevarás tú a casa?
-Sí, en bici…-bromea Juan.
-En serio. ¿Me llevarás tú o la tía Luci?
-Yo no puedo, Sebas. Me he hecho un horario y lo tengo que seguir a rajatabla. El fin de semana viene Marga y si no le hago caso se enfada.
-Es guapa, Marga. Más que aquella del verano anterior…
-Ojo el moco este...- Juan se ríe- Sí, es muy guapa y muy buena porque para aguantarme a mí…
-¿Y te casarás con ella?
-¡Yo qué sé, Sebas! Depende…
-Dice Toño que tú no te casarás nunca. Que siempre tendrás novias, una cada verano.
-Mira tú… habló el listo de la casa. Qué sabrá él…
-Pues mucho. Se sabe el nombre de todas y dice que la última es la mejor, pero como no te duran nada…
-Bueno, pero tal vez Marga sí.
-Te gusta más que las otras, ¿verdad? A mí también. Yo no pienso como Toño. Ya verás cómo esta sí que te dura.
-Le pondremos pilas Duracell. ¿Qué te parece la idea?

La abuela asoma la cabeza y antes de que diga nada el tío Juan se adelanta “A comeeeeer”. Y entran en la casa. La mesa ya está puesta. Falta la tía Luci, que está hablando por teléfono. La esperan sentados. Juan llena los vasos de agua y la abuela corta el pan.

-¡Lucía….! ¡Estamos en la mesa….!

La abuelita no empieza nunca a comer hasta que todo el mundo está sentado, pero a veces con tía Luci hay que hacer una excepción.

-¿Qué? ¿Todo en orden?- pregunta Juan cuando cuelga el teléfono y se sienta.
- Más o menos- contesta arqueando las cejas y haciendo señas con la mano como si manejara unas tijeras.
-Dime un número del uno al diez- insiste Juan.
-Mira que eres pesado. No pienso contestarte. Come y calla -responde Lucía, tajante y con un genio, que hasta Sebas comprende que el número no pasa de un dos, como mucho un tres-.

La comida está buenísima y con el pan de Clariana más. Sebas traga que da gusto. Lucía se ha puesto poco. Está delgadísima y aún dice que tiene que hacer régimen. “Por mantenerme”. Y la abuela se enfada porque le gusta que la gente le valore sus guisos.

- ¿Cuándo me llevarás a casa, tía?-pregunta Sebas inquieto.
-No sé… a media tarde…
-¿Y quién irá a buscar a las niñas?
-Mamá me ha dicho que irá papá. Creo que come en casa y le da tiempo.
-¿Y Toño…?
-Toño… en casa, ¡qué remedio!
-Ya, pero  ¿cómo está?
-Sospecho que hecho una furia. No sé más porque no he hablado con él. Está castigado en su habitación. Venga, come… que preguntas más que…que te va a sentar mal el pollo.

Suena el teléfono y Lucía se levanta como si tuviese un muelle en la silla.

-¿Sí?... Vale… No, si ya estamos terminando. … Que sí que da tiempo, mujer. ¿Paso por casa y dejo a Sebas?... Tranquila, que llego. ¿Estáis bien?.... Ya…. Claro…. Si quieres, luego lo hablamos…. ¿Jorge bien?... ¿No?... Me alegro, hija. Bueno, Soledad… nos vemos.

Lucía cuelga y se dirige a Sebas mientras camina deprisa y se sienta.

-Sebas, guapo, aligera que nos vamos a casa. Te dejo y voy a buscar a las niñas.
-¿Ya ha llegado papá?
-Sí, pero se queda con mamá.
-¿Pero ya os vais?- exclama la abuelita.
-¡Madreee!... Soy rápida pero no tanto. Entre que llego, dejo a Sebas…se hace la hora  en nada.
-Que vaya Jorge a buscarlas- vuelve a insistir la abuelita.
-Casi mejor que no. Acaba de llegar de Barcelona y está agotado. Y solo le faltaba la gran noticia. Mejor voy yo.
-Bueno, bueno… vosotras sabréis… pero dime algo cuando llegues.
-Pues depende mamá. Según cómo esté el patio.

Lucía es de piñón fijo. Ni la abuela la tuerce. Y eso que la abuela lleva fama de conseguir todo lo que se propone.
Sebas termina de comer a toda prisa. Se lava las manos mientras Lucía toma un café y se fuma un cigarro.

-¿Ya?
-Voy…

Juan los despide en la puerta, coge por los hombros a Sebas, como cuando era pequeño, e intenta alzarlo.

-Chico, estás demasiado mayor y tu tío ya no tiene fuerzas para levantarte- protesta Juan.- Venga un abrazo, campeón. La próxima vez te dejo la bici, ¿OK?
-Gracias, tío- responde Sebas mientras corre hacia el coche. La tía Luci tiene poca paciencia y se pone nerviosísima  cuando la hacen esperar.

Camino hacia casa escuchan música. No hablan. En la cabeza de Sebas se acumulan las vivencias de estos dos días tan largos. La vuelta a casa. ¿Cómo se hace para mantener el cerebro quieto, sin imágenes, sin sonidos…? ¿Cómo se hace para que el corazón bombee a un ritmo sereno, sin apretones? Sebas no lo sabe. Tampoco sabe cómo se puede dar vueltas al reloj y retrasarlo dos días, solo dos días. Bueno, excepto ese momento mágico en el que Lore le dijo “qué guapo estás Sebas, cómo has crecido este verano” y Sebas se puso como un tomate. Excepto eso, lo borraría todo.

Toño está enfermo. Lo  dice la tía Luci. Toño tiene lo mismo que el prota de una peli y eso es una enfermedad. Y  Lucía también dice que Jorge no lo entiende.

viernes, 25 de marzo de 2011

CAPÍTULO 12. OTRO DÍA... MÁS.

A las 7 15 pasa Sole por las habitaciones y enciende la luz.

- Buenos días...

Y se pone a tatarear la canción de los “Pets”. Boon dia laralalala que fa bon dia...

Marta salta  de la cama. A Nuria le cuesta un poco más. Y Toño protesta.

- Mamá, que no son ni la 7 30... Déjanos un rato más.
- Hoy no puede ser, que os llevo yo al colegio y me tengo que arreglar.
- ¿Por qué tú? ¿Y papá? pregunta Sebas.
- Papá ha salido muy temprano de casa. Tenía que ir a Barcelona y ha cogido un tren a las 6 30. Va, menos preguntas y levantaos.

Sebas sale de la cama por etapas. Primero se sienta e intenta abrir los ojos. Le pesan los párpados. Cuando lo consigue, da un giro y toca el suelo con los pies. Toño ni eso. Tiene las sábanas enrolladas por todo el cuerpo como una serpentina. Toño da vueltas y vueltas sobre sí mismo mientras duerme. Sueña en voz alta y a veces grita. Esta noche se ha peleado con Peris. “¡Que no las he hecho!”. “Y a mí qué!” “¡Que se vaya usted a la mierda!”. Si ha dicho más cosas, Sebas no se ha enterado. Pero, a juzgar por las sábanas, la  historia tiene toda la pinta de haber sido peor que un combate de lucha libre.

-Toño, levántate, que llegaremos tarde.

Sebas sufre. Sole corre mucho cuando llegan tarde. Y los coches la pitan porque a veces se salta los semáforos en rojo.

-Va, Toño, levántate- suplica Sebas.
-¿Qué hora es?-pregunta Toño con voz de cazalla.
-Ahora las 7 25. Mamá está en la ducha. Si sale y te encuentra en la cama...
-Es que no pienso ir al cole. No tengo las copias hechas por su culpa y qué te apuestas a que no querrá escribir ninguna nota y Peris me machacará. Paso. Levántate tú.

Se avecina tormenta. Sebas se lo sabe de memoria. Se conoce al dedillo las peleas que organiza Toño cuando se planta. Generalmente empiezan por muy poca cosa. Hoy son las copias de Peris. El curso pasado la bulla se armaba casi a diario... Porque de repente caía en la cuenta de que no había acabado unos ejercicios... porque Marta aporreaba la puerta del baño y se ponía nervioso... porque cuando ya estaban en el coche se había olvidado la bolsa de deporte... o porque ni siquiera se había preparado la ropa... porque a última hora enseñaba una nota del tutor que tenía que haber enseñado hace días ...
Este año ni hablar. Sebas está harto de broncas.  Da un salto y se queda tieso a los pies de  la cama de Toño.

-Te levantas, ¿oyes? Que llegaremos tarde por tu culpa.

Sebas ha  pronunciado las palabras que más le duelen a Toño y   Toño sale de la cama como si lo hubieran abofeteado.

-Mi culpa, siempre mi culpa. Gerard se pierde y es mi culpa. Mamá me rompe las copias y es mi culpa. Cuando Peris me castigue otra vez,  yo le diré que es culpa de mi madre... pero como siempre todo es por mi culpa no me creerá y la tira de días sin patio y recogiendo el comedor...

Toño suelta toda la lista de castigos. Los conoce todos porque ha pasado por todos. Sebas escucha sin oír y sale del dormitorio.

-¡Eh! ¿Pasas de mí?- grita Toño, furioso.
-Que no, pero dúchate y ven a desayunar, que es tarde. Ya le diré a Peris que he sido yo... que te he tirado las copias a la basura sin querer.
-Sí, hombre... no te hará ni caso. Peris siempre cree que me busco excusas. Tú no te metas, que yo me sé defender solo.

La discusión termina con una entrada  brusca de Sole en la habitación. Los coge a los dos y  los hace entrar en la cocina con un empujón. Les coloca los tazones de la leche dando un fuerte golpe en la mesa y saca los crispis del armario. El ambiente se caldea. Sebas, mudo. Y Toño que abre la boca y no precisamente para desayunar.

-¿Me escribes la nota, mamá?- él a lo suyo.
-¿Pero qué nota, hijo, qué nota? Que desayunes ¡ya!
-Desayuno si me escribes una nota para Peris.-insiste Toño.
-Con Peris te apañas tú; a ver si aprendes a ser más pulido.
-Pues me quedo en casa.

Toño se levanta de la mesa y vuelve a la habitación. Sole lo rescata en el momento justo en que intenta meterse de nuevo en la cama.

-Tienes dos opciones-dice Sole, que ha perdido los papeles- O sales por la puerta, desayunas y te aseas y te vistes o te quedas sin paga todo el año.
-Bueno... se la pido a la tía Luci.
-Te guardarás muy mucho de pedirle nada a la tía. Este juego se ha terminado. En esta casa somos papá y mamá quienes decidimos las cosas. Con que arreando. Hoy te vas al cole sin desayunar. Te quiero vestido en cinco minutos.

Toño le pega una patada a la silla, que sale volando  y da contra el armario.
Sebas está casi listo. Hoy ni tiempo de enjabonarse. Le falta la mochila, pero no se atreve a pasar de la puerta del dormitorio. Sole sienta a Toño en la cama, intenta sacarle  el pijama sin éxito.

-Déjame, que ya sé vestirme solo- protesta Toño.
-A ver, caballero, demuéstramelo.

Sole se queda quieta, observando con el ceño fruncido y Toño empieza por los calcetines y luego los zapatos. Tira de los cordones varias veces... Exasperante. A  Sole ya no le queda paciencia. Le arranca la chaqueta y el pantalón del pijama y le cuela el jersey con una sacudida. Le pone los calzoncillos y el pantalón y lo saca de la habitación. Lo estira del brazo y lo arrastra hacia el baño. Se le va la mano con la colonia y Toño chilla porque le escuecen los ojos.

-¡Que ya me peino yo!

Sole como si oyera llover. Estruja la pasta de dientes y se los cepilla hasta que le sangran las encías.

Sebas aprovecha para coger la mochila y recoge los libros de  Toño que están todos por el suelo. Cuando Sole sale del baño, Sebas se acerca a su madre.

-Mamá, escríbele una nota a Peris. Si no, Toño se las va a cargar.
-Mira, Sebas, ya va siendo hora de que este  niño aprenda.

En el coche el silencio se puede cortar. Es ese silencio previo que huele a tragedia. Sole conduce deprisa, gira el volante con brusquedad  y Sebas aplasta a Toño en una curva cerrada. Es la de siempre y siempre Toño acaba chafado, pero hoy es la excusa para amotinarse.

-Cuando lleguemos al cole me escribes la nota.

Sole no responde.

-¡¡¡Cuando lleguemos al cole me escribes la nota!!! ¿Me oyes, mamá?

Sole oye. Haría falta estar sordo para no oír. Pero está claro que no piensa bajarse del burro. Faltaría más.

La entrada del colegio ya está abarrotada de vehículos.  Sole baja del coche y abre el maletero para que recojan las mochilas. Vuelve a sentarse y arranca sin mediar palabra.

-¡Mierdaaaaaaaaaaaaa!- grita Toño cuando Sole ya ha arrancado.

Peris pasa por su lado.

-Menudo numerito, ¿eh, majete?-comenta con ironía- ¿Es así como tratas a tu madre?

Se podría haber callado. Porque Peris cuando habla ofende. Y a Toño solo le faltaba esa puntilla para rematar la escena.

-Corre a clase, que ahora toca lengua. Y prepara las copias.
-No las tengo-contesta Toño.

El tono de Toño es impertinente. Se ha quedado quieto, mirando desafiante a los ojos de Peris, como esperando respuesta.

-¿Ah? ¿No las has hecho? Pues empezamos bien.
-Y a mí que me importa. Empiezo como me da la gana. Y sí que las he hecho, pero mi madre me las tiró a la basura. O sea que se lo pregunta a ella.

Durante el transcurso de la conversación se han ido acercando algunos curiosos, que saben que donde está Toño hay lío. A Sebas le duele el estómago. ¿Por qué nunca se le ocurre nada? La Srta. Mellado acelera el paso y coge de la mano a Marta y a Nuria.

-Toño. Con este cuento le vas a otro. Y la próxima vez, búscate una excusa más convincente.
-Le estoy diciendo la verdad. Llame a mi madre, si quiere...

Peris no lo deja continuar. Lo agarra del brazo y se lo lleva a Secretaría. Los mirones siguen observando desde las escaleras. “Le va a caer una...”. “¿Lo habéis oído? A mandado a su madre a la mierda”...

Suena el timbre. Sebas debería estar ya en clase, pero se queda en un rincón del edificio de Secretaría. No pierde de vista a Toño, que ha dejado la mochila en el suelo y se dedica a arañar el reposabrazos del sofá mientras pega patadas a  una mesa de centro con muchos ceniceros. La secretaria le hace señas  y nada, Toño a lo suyo, concentrado en estropear el mobiliario.

¿Qué le va a pasar a Toño? ¿Por qué su madre no le ha escrito la nota? ¿Qué le costaba? La tía Luci lo hubiera hecho. Incluso Jorge, que se ponía en plan duro al principio pero al final acababa cediendo. Por una chorrada de copias, que tampoco son importantes unas copias. ¿Y un día se puede volver del revés por eso?