Los días más largos es una novela corta o un relato largo. Narra acontecimientos cotidianos que discurren en apenas una semana desde la mirada de su protagonista.

lunes, 28 de febrero de 2011

CAPÍTULO 3. EL PRIMER DÍA. LA PRIMERA HORA (I)


La entrada en clase ha sido emocionante, como todos los años. El Sr. García les ha dado la mano a todos y les ha dejado escoger  el sitio que ellos han elegido. Una concesión del primer día que tampoco dura mucho. Sebas ha advertido  enseguida la presencia de César, que ya se ha instalado en primera fila, delante de la mesa del profesor. Coge carrerilla y frena, deslizándose sobre sus zapatos nuevos de suela de cuero. Ha pillado el lugar que quería. César es su mejor amigo desde el preescolar y, por lo menos, hasta que el tutor no haga una nueva distribución, se podrán sentar juntos.

Poco a poco la clase se va llenando. Algunos llegan un poco tarde, como el gilis de Pepe, que parece manco, y su madre siempre lo acompaña hasta la puerta cargada como una burra con la mochila, las bolsas de los libros, los paquetes de folios… pero él tan fresco. Se nota que no tiene una madre como Sole; para rato iba ella a consentir que Sebas fuera por el mundo como un señor marqués. Por fin el Sr. García ha podido cerrar la puerta y presentarse como tutor de los flamantes alumnos de 6º B. Sebas ya conoce al Sr. García de verlo por los pasillos. Le dio clases a Toño hace un par de años y todo el mundo dice que Toño y Sebas son como dos gotas de agua. Sebas es, en proporción, más alto que su hermano. Solo se llevan trece meses y a primera vista mucha gente los confunde.
Eso es lo que Sebas no asimila. A menudo tiene sueños dulces y siempre van de lo mismo... siempre es invisible... nadie –ni sus padres- puede verle si él no realiza un conjuro. ¡Fantástico! ¡Lástima que estas cosas solo le ocurren cuando duerme!

-Tú debes de ser el hermano de Toño- comenta el Sr. García mientras lo examina con detenimiento, de arriba abajo-. Hay que ver; sois exactos. ¿Cómo te llamas?
-¿Yo? ... Sebas; Sebastián Peñas.
El Sr. García no aparta la vista de él y Sebas se pone rojo hasta las orejas; nota las miradas de sus compañeros en el cogote.  La barriga se le empieza a poner dura como un pedrusco y las manos amoratadas de tan frías. Alexia desvía por fin la atención del profesor. Entra precipitadamente en clase sin llamar y con esos humos...y su madre detrás de la puerta para excusarla y que no la riñan.

-¡Eh, tú! ¿Dónde crees que vas? Cierra la puerta y siéntate en primera fila, que te vea yo. Y que sea la última vez que llegas a estas horas sin pedir disculpas. Que te quede claro que la impuntualidad es una falta de respeto hacia el profesor y hacia tus compañeros ¿Entendido?

A todos les sorprende el tono del Sr. García; a todos menos a Alexia, que ya está acostumbrada y pasa de todo. Alexia, además de chulita, lleva fama de vaga y dormilona. Muchos días pierde el bus y llega tarde. Y le importa una eme interrumpir la clase y que los demás alboroten por su culpa.

La tripa de Sebas ya no está tensa; siempre procura evitar ser el centro de atención y menudo el apuro que ha pasado.

-¿Por dónde íbamos?-intenta recordar el Sr. García- Ah, sí, Toño. Pues encantado de tenerte  en mi clase. Espero que nos llevemos bien. 
César le pega un codazo.
- Lo tienes claro, tío. Te llamará Toño todo el curso. ¿Qué te juegas?
César parece muy seguro. El Sr. García es bastante mayor y tiene fama de despistado. Suele confundir los nombres de sus alumnos y no digamos si ha tenido a más de un hermano en clase.
-¿Qué te juegas, eh?- insiste César.
Con el segundo codazo, a Sebas se le ha caído al suelo el estuche metálico. Este año lo quería de tela, pero Sole, erre que erre con el viejo argumento de  “que el que tienes está nuevo”, que “desde luego, hay que ver lo bien que se les da a algunos esto de pedir”.
-Si no te movieras tanto, Toño, y te sentases como una personita, no se te caerían las cosas. ¿Tú has visto alguna vez un estuche con patas? Pues entonces...- comenta  el Sr. García señalando con el dedo los lápices y los bolis que han acabado rodando por el suelo
- Anda, recoge y vuelve a tu sitio... y procura no hacer ruido con la silla.

Sebas hace esfuerzos por no llorar. Está fastidiado... ¡indignado! ¡Qué culpa tendrá él de parecerse tanto a su hermano! ¿Es que eso iba a ser un problema toda la vida?...No obstante Sebas obedece sin chistar, ¡qué remedio! y vuelve a meter todo en el estuche rápidamente. Le tiemblan las manos, “por favor, que nadie se dé cuenta...”. Cuando se vuelve a sentar descubre que justo detrás de su mesa se sienta Juan.
-To-ño, To-ño, co-ño-  canturrea Juan bajito, para que el Sr. García no lo oiga.
Sebas no se gira, pero estira la pierna todo lo que puede y le golpea con el tacón en la espinilla.
-¡Joé, tío! Te has pasado.- se queja Juan. 
Sebas es más bien patoso, pero esta vez da en el blanco. Por un instante vuelve a ser el centro de todas las miradas.

Sebas intuye que la cosa ha empezado con mal pie y que mejor idea hubiera sido tener la pierna quieta y que su madre le hubiese hecho caso y le hubiese comprado el estuche de tela, que cuando se cae no hace ruido y caben más cosas... y que Toño no fuera tan “famoso” en el colegio.

sábado, 26 de febrero de 2011

CAPÍTULO 2. PISTOLETAZO DE SALIDA

El despertador ha sonado a las siete y media. Nadie se hubiese levantado de la cama a pesar de que llevan  toda una semana ensayando el nuevo horario y acostándose cuando aún se filtra  por la ventana el poco de sol que le queda al día. “Si todavía no es de noche, mamá...” Sole lo arregla en un pis-pas. “¿Veis?. Ya es de noche.” Y   baja todas las persianas de la casa.

Pero el día 15  ya no es un ensayo. A Sebas le ha empezado a doler el estómago. Es un dolor conocido, que no le viene de nuevas, un dolor que no sabría explicar; se parece mucho a la bola que se va haciendo larga y casi roza la garganta cuando Nuria se le sienta encima de su barriga... algo así como un apretón  que le sube poco a poco y le impide  tragar la saliva . Pero a ver quién se atreve a explicarle  justamente hoy a su madre una cosa así, “que es empezar el colegio y os duele todo”. Sole no está para monsergas.  Parece que le hayan dado cuerda y corre de acá para allá, preparando el desayuno, cambiando un par de calcetines que no son iguales; y además resopla y habla sola. Cuando la madre de Sebas habla sola lo mejor es dejarla hablar, no vaya a ser que se le dispare la mano y caiga algún bofetón inesperado.

En la cola del baño,  movidita de por sí, Toño se queja más de lo habitual.  Marta se ha levantado la primera y además de pis está haciendo mayores y en el otro baño papá se está duchando – “que hay que ver lo que tarda papá”-. Pues a esperar, con lo mal que huele el baño cuando Marta descarga lo que se le ha reconcentrado en la tripa durante toda la noche. Sebas mira a Toño de reojo; todo un espectáculo. Se tapa la nariz con una mano y con la otra  espanta los efluvios que emanan del aseo. Así es Toño de expresivo, “natural como la vida misma” según la tía Luci, “agotador que no sé cómo lo aguanto”, según Sole.

Sebas no entiende nada porque tiene el olfato atrofiado. No le hace falta  taparse la nariz. La tiene taponada y no hace más que sorber. Se ha pasado toda la noche llorando en silencio y ha amanecido como si estuviera acatarrado. Pero no le iba a decir a nadie que había llorado ni que le dolía el estómago. No quería  repetir lo del curso pasado, que su madre pensaba que eran excusas para no ir al colegio. El primer día de cole mejor no liarla,  mejor aguantarse y no dar la nota.

Marta y Toño, con la pugna de siempre por ponerse primero el Neskuik y Sole ayudando a Nuria que está en huelga de brazos caídos y “de vacío no se va al colegio”, “se desayuna en casa; nada de llevarse bollicaos, que todo eso son marranadas y caprichos”. 

Nadie parece darse cuenta de que Sebas no tiene apetito y prefiere pasar de desayuno. “¿¿¿Todavía estáis así????”. El grito de Jorge acaba por espabilarlo  y empieza a engullir los crispis. Jorge es de natural muy afable, pero -“las cosas como son”- por las mañanas, hasta que el café espeso y sin azúcar no le ha hecho efecto, es preferible no llevarle la contraria y poner cara de velocidad. Al rato se serena y recupera ese humor templado y socarrón.

Sebas se empieza a vestir... muy lentamente... mientras desfilan por su imaginación las caras de sus amigos de la escuela. Hace casi tres meses que no los ve y la verdad es que tiene muchas ganas de explicarles cosas del verano en Clariana, de Lluna –sobre todo de Lluna-, de las excursiones en bici con los primos y la tía Luci, el episodio de la gallina que puso huevos y él no lo había visto nunca... Le contaría a César  que, aunque en las tiendas venden las gallinas a cuartos y sin hueso y los huevos van por separado, en realidad no es así. Las gallinas tienen una cabeza pequeña y estiran mucho el cuello cuando caminan y sacan como si hicieran “mayores” los huevos que tienen dentro de la barriga. “Mamá, ¿podemos comprar una gallina y le hacemos una casita en la terraza y así tendremos huevos...?”. La mamá de Sebas no está por las mañanas para oír monsergas ni historias de gallinas ponedoras. “¿Quieres dejar de decir tonterías?. Sin-sustancia, que eres un sin-sustancia. Venga, corre, que todavía estás por peinar”.  Sebas no entendería nunca por qué su madre tiene tan mal humor de buena mañana y solo sabe decir “venga, venga”. Si al fin y al cabo, cuando todos están preparados para salir,  su padre aún no se ha hecho el nudo de la corbata y todavía tiene que recoger los papeles que sabe Dios dónde los dejó el día anterior; si siempre terminan siendo ellos los que tienen que esperar. Sole, que no se sabe estar quieta, va dando vueltas sobre sí misma como una peonza y se lamenta por lo bajinis, que no se la entiende casi, “que este hombre es imposible, que no tiene noción del horario; y no sé para qué llevará reloj”. Y termina tropezando  con una mochila o con cualquier objeto que  se apoye en el suelo.  Y se arma. Al final, Sole acababa pidiendo perdón porque “esos nervios me traicionan” y Jorge con cara de resignación. Otra cosa no, pero pedir perdón a todas horas es una sana costumbre que han aprendido Sebas y sus hermanos de sus padres y  practican con la misma asiduidad que ellos.

Las ocho y media. ¡En punto! Los cuatro bajan las escaleras detrás de Jorge. Ya han dado un beso a su madre, pero Sebas vuelve a subir y le da otro. Le cuesta separarse de ella tanto como empezar el ritmo frenético del curso escolar. Sabe muy bien que el beso de esta mañana es el pistoletazo de salida  de una carrera demasiado larga para él. Tan larga que se le hace difícil soportarla aun en su imaginación. El colegio... ¿cómo se le dará este curso?...¿cuántas veces se esconderá en los lavabos para llorar sin ser visto?... ¿cuándo tendrá que empezar a hacerse el sordo, como si no oyera los comentarios de los profesores “habrá que tomar medidas”, “habrá que llamar a los padres de Toño”...?, ¿cuántas mentiras dirá cuando Sole le pregunte “¿qué tal hoy, Sebas?, “¿cómo se porta Toño?”...  

Preparados, listos... ¡ya! Sebas no está preparado, ni listo. “¿Cómo es posible que nadie se dé cuenta?... Se ha quedado rezagado; al final acelera la marcha  para alcanzar a sus hermanos y se cuela con disimulo  en el coche. Que no se note que siempre es el último. “¡Cuadrado! ¡Triángulo! ¡Redonda!”, repite Nuria cuando Jorge le indica  con el dedo una nueva señal de tráfico. Siempre la misma canción, para que Nuria no se maree; si no, vomita y es un lío. Deja el coche hecho un asco, hay que volver a casa, cambiarla de arriba a abajo... Si se distrae, consigue hacer el recorrido sin ningún incidente. Sebas aplaude cada vez que Nuria acierta y Marta apunta “M.B.” en una libretita de la Hello Kitti que le ha tocado en la piñata de la abuela. En la curva de la rotonda que hay que bordear antes de llegar al colegio, el peso de todos cae sistemáticamente encima de Toño, que no acepta sentarse en el otro extremo. Y no hay día que no termine aplastado por el peso de sus hermanos. Justo en este punto, Toño empieza a repasar la lista de los monovolúmenes y los cuatro-por-cuatro que existen en el mercado del automóvil. El puñetero se los sabe todos, hasta los precios de segunda mano. “¿Por qué no nos compramos uno; eh, papá?”. Ellos son de los pocos que, con seis miembros de familia, van en un coche de cinco plazas. “Somos pobres, ¿o qué?”, insiste Toño. “Que no es eso, hijo, que no es eso”. “Pues  dice Juan que vaya porquería de coche que tienes y que tú no debes de ganar demasiado dinero; que si no, ya  hubieras comprado una Voyager o una Toyota Previa... y que...” Santa paciencia la de Jorge, que se tenía que oír el comentario del coche una vez sí y otra también.


viernes, 25 de febrero de 2011

CAPÍTULO 1. LA CUENTA ATRÁS.

El  15 de Septiembre un día u otro llega. No vale la pena pasarse todo el mes preguntando cuánto falta para ir al colegio. Eso no alarga los días. Ayer, Sebas, Toño y Marta se probaron el uniforme completo; qué suerte tiene Nuria, que cualquier ropa le sirve porque todavía va a preescolar.  Sebas tendrá que ponerse  el pantalón de Toño  del año pasado, con algún agujero recosido; el suyo se le ha quedado pequeño. Su madre ha estado resoplando  y “jurando en  arameo” toda la semana. No da a basto. Tacha lo que ya tienen y lo que se puede aprovechar. Los libros que les pasa la tía Lucía han quedado nuevos porque las primas  no pegan ni sello; como si  no los hubieran tocado.

A Sebas le hace gracia lo de “jurar en arameo”. “¿Por qué dice eso papá cada vez que mamá se pone nerviosa?”- piensa Sebas.  Si su padre  está harto de  reñir a Toño cuando empieza  con “te lo juro, papá, te lo juro...que yo no he sido” y les explica que lo de jurar no está bien, que  ya vale con prometer y aún, aún. Y lo del arameo, que  a saber si esta lengua ha existido de verdad... A Sebas no le suena haber oído hablar a nadie en este idioma. Pero lo cierto es que a Jorge últimamente no se le cae la frasecita de la boca y no veas tú la rabia que le da a Sole.  “Qué pesado, tú y el arameo; te creerás que haces gracia”.  Toño, muy seguro, abunda en el tema y dice  que mamá “jura en arameo” porque esos señores “antiguos” eran unos quejicas y   mamá,  antes de empezar el curso, no hace más que lamentarse, se pone de los nervios y al final nadie se libra de una bronca. “Dios mío, cómo les crecen los pies a estos niños”, “si estas mochilas todavía pasan...; no hace falta comprar mochilas con ruedecitas, que esto es una pijada”. Cuando a  Sole  le parece que determinadas cosas no son necesarias, dice que son pijadas. Luego les explica una historia bastante larga sobre los niños que viven en África y no tienen comida ni agua potable ni juguetes. Y los rotuladores fosforito, la marca “Nike”- ahí le duele a Toño-, ni saben que existen. El drama de los niños de África es que aprenden demasiado pronto que, para algunos, la vida es una lucha  por seguir viviendo.  A Sebas, la palabra África le pone triste solo con oírla. Imagina explanadas inmensas, interminables, llenas de niños desnudos llorando. Cuando sea mayor, él hará algo para remediar los males del mundo; fijo que lo hará.

Inicio del relato

Empieza un nuevo curso. Sebas tiene once años. Es muy alto para su edad; los ojos  grises y almendrados, la nariz proporcionada y los labios como dibujados, igual que su padre. Ha engordado un poco después del largo verano en Clariana. En el pueblo, Sebas consigue olvidarse del otro Sebas del curso escolar. Porque durante el curso a Sebas le duele el estómago todas las mañanas; se levanta con mal cuerpo y con ganas de dormir mucho más. “Venga, rápido, que llegaréis tarde”; “Venga, de prisa, a desayunar”; “Que te termines la leche”; “Venga, corre a vestirte”; “Lavaos los dientes”; “¿Pero qué haces que no te has peinado todavía?”; “Que te dejas la bolsa de deporte”...
Siempre, durante el curso, por las mañanas todo es  “venga, de prisa”. Venga, venga..., lo que sea  hay que hacerlo corriendo. Y a la vuelta del cole “rápido, la merienda, que hay que hacer los deberes”; “... ¿Aún  estás así? ¡Venga a la ducha!” ; “A la cama de prisa, que mañana hay que madrugar”...  Eso en Clariana no pasa nunca. El ritmo de los días en el pequeño pueblo del Penedés, casi pegado a la costa, lo marca la abuelita, que jamás tiene prisa por nada.  Y a los padres de Sebas se les contagia durante un mes un poquito de ese sosiego que tanta falta les hace.

Sebas adora a la abuelita; ella nunca dice “venga, venga” y se sienta y lo escucha como si no tuviera nada más que hacer. La abuelita tiene un precioso perro labrador.  Lluna campa a sus anchas  por la inmensa finca llena de árboles frutales y arbustos de todos los tamaños y colores. Y Sebas, cuando nadie lo ve,  se pierde detrás del seto que separa el jardín del frontón, lo acaricia, le hablaba bajito; nadie como Lluna para guardar sus secretos y sus fantasías. Porque Sebas, de mayor, será policía y tendrá un perro de rastreo como Lluna. Bueno, un perro sólo no... tendrá varios perros; un pastor belga como el de la abuelita cuando era pequeña y un gos d’atura como el de César y  un cóquer como el de Pablo ...