Los días más largos es una novela corta o un relato largo. Narra acontecimientos cotidianos que discurren en apenas una semana desde la mirada de su protagonista.

sábado, 26 de febrero de 2011

CAPÍTULO 2. PISTOLETAZO DE SALIDA

El despertador ha sonado a las siete y media. Nadie se hubiese levantado de la cama a pesar de que llevan  toda una semana ensayando el nuevo horario y acostándose cuando aún se filtra  por la ventana el poco de sol que le queda al día. “Si todavía no es de noche, mamá...” Sole lo arregla en un pis-pas. “¿Veis?. Ya es de noche.” Y   baja todas las persianas de la casa.

Pero el día 15  ya no es un ensayo. A Sebas le ha empezado a doler el estómago. Es un dolor conocido, que no le viene de nuevas, un dolor que no sabría explicar; se parece mucho a la bola que se va haciendo larga y casi roza la garganta cuando Nuria se le sienta encima de su barriga... algo así como un apretón  que le sube poco a poco y le impide  tragar la saliva . Pero a ver quién se atreve a explicarle  justamente hoy a su madre una cosa así, “que es empezar el colegio y os duele todo”. Sole no está para monsergas.  Parece que le hayan dado cuerda y corre de acá para allá, preparando el desayuno, cambiando un par de calcetines que no son iguales; y además resopla y habla sola. Cuando la madre de Sebas habla sola lo mejor es dejarla hablar, no vaya a ser que se le dispare la mano y caiga algún bofetón inesperado.

En la cola del baño,  movidita de por sí, Toño se queja más de lo habitual.  Marta se ha levantado la primera y además de pis está haciendo mayores y en el otro baño papá se está duchando – “que hay que ver lo que tarda papá”-. Pues a esperar, con lo mal que huele el baño cuando Marta descarga lo que se le ha reconcentrado en la tripa durante toda la noche. Sebas mira a Toño de reojo; todo un espectáculo. Se tapa la nariz con una mano y con la otra  espanta los efluvios que emanan del aseo. Así es Toño de expresivo, “natural como la vida misma” según la tía Luci, “agotador que no sé cómo lo aguanto”, según Sole.

Sebas no entiende nada porque tiene el olfato atrofiado. No le hace falta  taparse la nariz. La tiene taponada y no hace más que sorber. Se ha pasado toda la noche llorando en silencio y ha amanecido como si estuviera acatarrado. Pero no le iba a decir a nadie que había llorado ni que le dolía el estómago. No quería  repetir lo del curso pasado, que su madre pensaba que eran excusas para no ir al colegio. El primer día de cole mejor no liarla,  mejor aguantarse y no dar la nota.

Marta y Toño, con la pugna de siempre por ponerse primero el Neskuik y Sole ayudando a Nuria que está en huelga de brazos caídos y “de vacío no se va al colegio”, “se desayuna en casa; nada de llevarse bollicaos, que todo eso son marranadas y caprichos”. 

Nadie parece darse cuenta de que Sebas no tiene apetito y prefiere pasar de desayuno. “¿¿¿Todavía estáis así????”. El grito de Jorge acaba por espabilarlo  y empieza a engullir los crispis. Jorge es de natural muy afable, pero -“las cosas como son”- por las mañanas, hasta que el café espeso y sin azúcar no le ha hecho efecto, es preferible no llevarle la contraria y poner cara de velocidad. Al rato se serena y recupera ese humor templado y socarrón.

Sebas se empieza a vestir... muy lentamente... mientras desfilan por su imaginación las caras de sus amigos de la escuela. Hace casi tres meses que no los ve y la verdad es que tiene muchas ganas de explicarles cosas del verano en Clariana, de Lluna –sobre todo de Lluna-, de las excursiones en bici con los primos y la tía Luci, el episodio de la gallina que puso huevos y él no lo había visto nunca... Le contaría a César  que, aunque en las tiendas venden las gallinas a cuartos y sin hueso y los huevos van por separado, en realidad no es así. Las gallinas tienen una cabeza pequeña y estiran mucho el cuello cuando caminan y sacan como si hicieran “mayores” los huevos que tienen dentro de la barriga. “Mamá, ¿podemos comprar una gallina y le hacemos una casita en la terraza y así tendremos huevos...?”. La mamá de Sebas no está por las mañanas para oír monsergas ni historias de gallinas ponedoras. “¿Quieres dejar de decir tonterías?. Sin-sustancia, que eres un sin-sustancia. Venga, corre, que todavía estás por peinar”.  Sebas no entendería nunca por qué su madre tiene tan mal humor de buena mañana y solo sabe decir “venga, venga”. Si al fin y al cabo, cuando todos están preparados para salir,  su padre aún no se ha hecho el nudo de la corbata y todavía tiene que recoger los papeles que sabe Dios dónde los dejó el día anterior; si siempre terminan siendo ellos los que tienen que esperar. Sole, que no se sabe estar quieta, va dando vueltas sobre sí misma como una peonza y se lamenta por lo bajinis, que no se la entiende casi, “que este hombre es imposible, que no tiene noción del horario; y no sé para qué llevará reloj”. Y termina tropezando  con una mochila o con cualquier objeto que  se apoye en el suelo.  Y se arma. Al final, Sole acababa pidiendo perdón porque “esos nervios me traicionan” y Jorge con cara de resignación. Otra cosa no, pero pedir perdón a todas horas es una sana costumbre que han aprendido Sebas y sus hermanos de sus padres y  practican con la misma asiduidad que ellos.

Las ocho y media. ¡En punto! Los cuatro bajan las escaleras detrás de Jorge. Ya han dado un beso a su madre, pero Sebas vuelve a subir y le da otro. Le cuesta separarse de ella tanto como empezar el ritmo frenético del curso escolar. Sabe muy bien que el beso de esta mañana es el pistoletazo de salida  de una carrera demasiado larga para él. Tan larga que se le hace difícil soportarla aun en su imaginación. El colegio... ¿cómo se le dará este curso?...¿cuántas veces se esconderá en los lavabos para llorar sin ser visto?... ¿cuándo tendrá que empezar a hacerse el sordo, como si no oyera los comentarios de los profesores “habrá que tomar medidas”, “habrá que llamar a los padres de Toño”...?, ¿cuántas mentiras dirá cuando Sole le pregunte “¿qué tal hoy, Sebas?, “¿cómo se porta Toño?”...  

Preparados, listos... ¡ya! Sebas no está preparado, ni listo. “¿Cómo es posible que nadie se dé cuenta?... Se ha quedado rezagado; al final acelera la marcha  para alcanzar a sus hermanos y se cuela con disimulo  en el coche. Que no se note que siempre es el último. “¡Cuadrado! ¡Triángulo! ¡Redonda!”, repite Nuria cuando Jorge le indica  con el dedo una nueva señal de tráfico. Siempre la misma canción, para que Nuria no se maree; si no, vomita y es un lío. Deja el coche hecho un asco, hay que volver a casa, cambiarla de arriba a abajo... Si se distrae, consigue hacer el recorrido sin ningún incidente. Sebas aplaude cada vez que Nuria acierta y Marta apunta “M.B.” en una libretita de la Hello Kitti que le ha tocado en la piñata de la abuela. En la curva de la rotonda que hay que bordear antes de llegar al colegio, el peso de todos cae sistemáticamente encima de Toño, que no acepta sentarse en el otro extremo. Y no hay día que no termine aplastado por el peso de sus hermanos. Justo en este punto, Toño empieza a repasar la lista de los monovolúmenes y los cuatro-por-cuatro que existen en el mercado del automóvil. El puñetero se los sabe todos, hasta los precios de segunda mano. “¿Por qué no nos compramos uno; eh, papá?”. Ellos son de los pocos que, con seis miembros de familia, van en un coche de cinco plazas. “Somos pobres, ¿o qué?”, insiste Toño. “Que no es eso, hijo, que no es eso”. “Pues  dice Juan que vaya porquería de coche que tienes y que tú no debes de ganar demasiado dinero; que si no, ya  hubieras comprado una Voyager o una Toyota Previa... y que...” Santa paciencia la de Jorge, que se tenía que oír el comentario del coche una vez sí y otra también.


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