Los días más largos es una novela corta o un relato largo. Narra acontecimientos cotidianos que discurren en apenas una semana desde la mirada de su protagonista.

viernes, 4 de marzo de 2011

CAPÍTULO 5. LA COMIDA DEL COLEGIO... Y TOÑO.(II)

-Oye, César, que los niños de África existen de verdad. ¿Tú no ves nunca los telediarios, o qué?- pregunta extrañado Sebas, aunque un poco tarde porque César ya le tiene preparada la respuesta.
-Mira, tú; ¿qué ganamos comiendo lo que no nos gusta si, total, tampoco podemos enviarles comida por correo? ¿No ves que están muy lejos?. A ti lo que te pasa es que te crees todo lo que te dicen y enseguida te convencen. Si tanto te gustan las lentejas, te comes mi plato y yo te cojo las natillas. Así acabamos antes.
-Sí hombre...que yo con dos platos no puedo. Y a mí las natillas me encantan. ¿A ti en tu casa no te hacen comer todo aunque no te guste? Porque a mí la verdura me da un asco... y mi madre hace verdura casi siempre para cenar y si no me la como me la vuelve a  sacar al día siguiente en el desayuno.

César no sale de su asombro. Sebas  se sabe de memoria  lo bien que vive César. Sus padres llegan de trabajar tan tarde que él, la mayoría de los días, ya está en la cama. Cristina, la canguro, le hace siempre lo que le gusta: espaguettis, pan con tomate y jamón o pizza. Como su hermano Ramón estudia  en Madrid, todos los días cena solo, viendo vídeos o dibujos del “Club Super Tres” que tiene grabados.

-Tu casa parece un cuartel.- le dice César en tono despectivo, como para defenderse.- Y tu madre, siempre controlando, que no te deja ver nunca la tele ni os compra la  “play” ni nada. Y siempre a la cama tan pronto, que no me digas que  no te fastidia un poco.

A Sebas le empieza a molestar que César diga esas cosas de su madre. Le podría contestar... le podría contar tantas cosas, que en ese momento no le sale ninguna. La madre de Sebas manda más que un sargento de caballería; su padre siempre lo dice. Pero su casa no se parece en nada a un cuartel. Siempre hay que acabarse lo que se pone en el plato, eso es viejo y ya está acostumbrado, pero cenan y desayunan todos juntos y a Sebas le encanta. Por eso nota tanto las ausencias de su padre cuando va a hacer algún curso de esos tan largos . Suele estar fuera una o dos semanas y se hace tan largo que parecen dos  o tres años. Últimamente los amenaza con apuntarse a Médicos-sin-fronteras y largarse a la India si no se portan bien cuando él no está. Entonces Sole se pone muy triste y le dice a Jorge “por favor, papito, estas bromas ni en broma”. Pero esas cosas ni César las entiende ni él sabe cómo explicarlas. Tanto jaleo por unas malditas lentejas; y a todo esto, de Gerard ni rastro.

-¿Tú sabes dónde se ha metido Gerard?. ¿No se había quedado contigo?- pregunta Sebas. En parte le preocupa  Gerard y en parte resulta un alivio poder cambiar de tema.
- Sí, si estaba con él, pero cuando el señor Peris me ha mandado al comedor se ha ido corriendo. Creo que ha dicho que iba al lavabo o algo así. Yo es que a Gerard no lo entiendo; habla muy raro.
-Podrías haberle dicho al Peris que tenías ganas de ir al lavabo, también tú... ¿Y si de verdad se ha escapado?. Me has prometido que te quedabas con él.
-Oye, no. Yo no te he prometido nada. Si se escapa es su problema, que parece tonto este Gerard. Además, con lo gordo que está, es imposible que salte la valla. ¡No te preocupes tanto! Seguro que aparece en cualquier rincón pegándole patadas a las piedras.

Sebas se  queda tranquilo... a medias. Probablemente César tenga razón. Gerard pesa demasiado para saltar él solo la valla y si lo consigue, de la torta que se pega no se levanta en horas.

No queda nadie más en el comedor de los alumnos. Sebas y César son los últimos. Les tocará  recoger las jarras y limpiar las mesas. Por norma se encargan los más rezagados y los que se han portado mal. El primer día y se van a quedar sin el segundo patio. A Sebas, en el fondo, no le importa quedarse a recoger. Más de una vez se ha ganado un pastelito de chocolate o un helado por haberlo dejado todo “como lo chorro del oro”. Mariluz, una cocinera muy mayor, le tiene un enchufe...que Toño siempre se lo echa en cara. “Tú vas con esta cara de santito y haciendo la pelota, que nadie te riñe y Mariluz siempre te da algo; porque yo me quedo mogollón de veces a limpiar y a mí es que nunca me cae nada.” Eso sí es cierto. Toño es un fijo de la limpieza del comedor, pero no por ser el último precisamente, que rápido Toño lo es un rato largo; “si es que no comes, engulles, hijo, que un día te vas a ahogar”, le suele decir su madre. El problema de Toño es bien distinto. Cuando hay croquetas, se apunta a la guerra de croquetas; si hay naranja, la exprime manualmente y se guarda la piel en los bolsillos del pantalón. Por supuesto que ni se le pasa por la cabeza pensar que eso es una marranada; él tan contento. Por hache o por be, la estancia de Toño en el comedor siempre deja rastro. Y, claro está, se las carga. De todas formas,  se lo suele tomar con resignación; él ya sabe que no pasan tres días que no le toque limpiar. “¿Qué, Toño?. ¿Qué ha sido esta vez...?. ¿Guerra de croquetas o tiro al blanco con las albóndigas?”, le pregunta la señorita Mellado con ese puntito de guasa. “Desde luego, en tu casa no se aburrirán contigo. Menuda pieza. ¡Hala!, a ver si terminas pronto y te vas al patio un rato”. Cuando vigila el señor Peris de Castro es otro cantar. Para empezar, el castigo se amplía a una semana entera y se complementa con quinientas copias de “Como correctamente” o “La comida no se tira”. Como las copias se hacen a la hora del recreo, luego en clase saca de quicio hasta al profesor de música, que es el más bueno de todos. Toño necesita  “ventilarse” y si se queda sin patio, no hay quien lo aguante. El castigo no se sabe si es para Toño o para el profesor que da la clase después del patio.




















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